María Rosa tuvo la suerte de no estar en su casa el día de la riada. Su hija Eva, al ver el cielo tan negro, fue a recogerla y se la llevó a su piso para que no estuviese sola durante la tormenta.
De haber estado en casa solo se hubiera habido un sitio donde refugiarse que es una escalera que da a una recámara en la primera planta. Pero, debido a la enfermedad de María Rosa, en esa estrecha escalera había colocada una puertecilla que precisamente servía para impedirle subir por el riesgo de caída.

Así que, de haber estado en su casa, no hubiese podido acceder para ponerse a salvo.
A día de hoy, María Rosa no ha vuelto a ver su casa. Sus hijos quieren evitarle la tristeza de no encontrar sus cosas y lo poco que ha quedado todo inservible.

Tenemos que aunar esfuerzos para lograr que pueda volver a vivir en su hogar y allí se sienta segura y cómoda.